sábado, 21 de marzo de 2009

NOMINAR NO ES TAREA SENCILLA


Nominar, dar nombre a alguien o algo, equivale a nombrar, palabra que deviene del vocablo latino nominare, acto de nominar: Dimensión nuclear, medular del individuo,generaba una historia, una narración y a partir de ahí, múltiples condicionamientos.

El nombre es algo vivo. Implica cargar de significado intimo a quien es nombrado. Tu me nombras, me llamas, me mencionas, me citas, me proclamas, me colocas, me designas, me aludes, me invistes, me denominas, me eliges, me mentas, me asciendes, me nominas.

Para los antiguos, el nombre personal era más que un signo de identificación, conocer el nombre, pronunciarlo de forma justa, ejerce una potencia sobre el ser o el objeto. Cuando "el nombre se pronuncia en voz alta, toda la tierra se conmueve de estupor”.

Somos nuestros nombres , somos la privativa particularidad de su significado intenso a nuestro servicio.En la misma medida en que tenemos un código genético, una secuencia propia y única de proteínas que marca una impronta y se replica a través de nuestras actitudes,hábitos, pasiones y multidimensionalmente accede a dar estructura de base a nuestra personal diseño de relacionarnos en el orbe cotidiano.

Un proverbio latino nos instala en el meollo de la cuestión en lo que a nombres se refiere: nomem est omen, el nombre es el destino. De ésta forma el nombre se convierte en una clave, en una potencia como primera marca del destino.

“Nuestro nombre”
, es la primera “marca” que el lenguaje emocional parental nos instala. El conocimiento profundo del nombre da privilegios a la persona, posibilita el establecer una “marca” en nuestra vida.

Investigación: María Fabiana Martinelli



jueves, 19 de marzo de 2009

HAS SIDO NOMINADO O EL NOMBRE COMO SIMBOLO

El mundo universal de los medios de comunicación nos aturde con sus latiguillos. Uno de ellos que ha tomado significativa popularidad y top mediático es el de “has sido nominado”. El gran hermano de los medios nos invade con sus tips, pseudo figuras, apariciones, famas efímeras, banalidades garantizadas. Pero algo perdura resonando como idea-fuerza, como sello de la tira, como marca registrada, como claim mimético: “has sido nominado”. La fuerza del nombre, para identificar en función de un objetivo, sea para diferenciar, expulsar, condenar, destacar o la infinitud de verbos posibles asociados a la tarea de nominar, totaliza los planos del pensamiento creativo del hombre.

Nominar no es tarea sencilla: es una función excluyente de los hombres por diversos motivos. Tu me nombras, me llamas, me mencionas, me citas, me proclamas, me colocas, me designas, me aludes, me invistes, me denominas, me eliges, me mentas, me asciendes, me nominas. El nombre es un artilugio del lenguaje que transforma al Homo Sapiens en un “empalabrador”, un “nominalizador”. Esta función primordial posibilita crear una identidad, una forma de incluir en el mundo de los humanos aquello desconocido o bien, aquella circunstancia, persona o cosa que deseamos comprender, apropiarnos, conjurar, integrar, poseer, limitar, controlar, dominar, sujetar o simplemente clasificar, a través de su nominalidad.

Para los antiguos, el nombre personal era bastante más que un signo de identificación. Era una dimensión nuclear, medular del individuo que generaba una historia, una narración y a partir de ahí, múltiples condicionamientos. Se creía en el poder creador y apremiante de la palabra. En este sentido, el nombre es algo vivo. El conocimiento del nombre intervenía en los ritos de conciliación, de hechizo, de aniquilamiento, de posesión. “Su nombre ya no estará más entre los vivos”, es la sentencia más radical de las condenas a muerte (Egipto). Conocer el nombre, pronunciarlo de forma justa, es poder ejercer una potencia sobre el ser o el objeto. Cuando "el nombre se pronuncia en voz alta, toda la tierra se conmueve de estupor”; por esa razón los antiguos querían conservar secreta su pronunciación. Divulgarlo era permitir a los hombres impíos y a los brujos usarlo para el mal.

En el nombre se encuentran todos los caracteres del símbolo: 1) es cargado de significación; 2) escribiendo o pronunciando el nombre de una persona se la hace vivir o sobrevivir, lo que responde al dinamismo del símbolo; 3) el conocimiento del nombre da prerrogativas sobre una persona: aspecto mágico, vinculo misterioso del símbolo. “Los símbolos marcan las marcas”, siendo el nombre personal, la primera marca que nos identifica, personaliza, diferencia, individualiza. El nombre personal establece una “marca” en nuestra vida. “Nuestro nombre”, es la primera “marca” que el lenguaje emocional parental nos instala. Es decir, las imágenes del deseo de nuestros padres que se transmutan en letras, palabras, sonidos, números, significados, configurando y conformando la definición iniciática de nuestro ser en el mundo.

Elegir un nombre implica: a) tener la información necesaria para formar una identificación fuerte y duradera con él; b) comprender en forma correcta la identidad que se genera con el nombre; c) entender que el nombre es una piedra basal en la vida de la persona ya que establece una determinada relación con la realidad, funda bases claves de la personalidad y genera pautas tangibles en la dirección y la calidad de la vida; d) tener en claro que el nombre indica lo que necesita ser vivido (la práctica vital en sí) como así también, establece profundamente lo que uno es.

Somos nuestros nombres en la misma medida en que tenemos un código genético, una secuencia propia y única de proteínas que marca una impronta y se replica a través de nuestras actitudes y hábitos. Desde nuestro nacimiento, pasando por los ritos que nos inician, nuestras fiestas, trabajos, relaciones, creencias, asociaciones, quizá también todos los verbos que conjugamos, se inscriben los nombres que nos rotulan. Los nombres estructuran nuestra personalidad, son el primer molde que fragua nuestro carácter. El hombre es aquel que tiene nombre. El nombre es lo que hace a un hombre.

El nombre aprieta los botones nucleares de nuestro comportamiento con mucha eficacia. Son como una contraseña, una clave de acceso a un tejido muy apretado de condicionamiento que se remonta a nuestro nacimiento. Cuando llaman nuestro nombre surge nuestro pasado. Cuando alguien se dirige a alguien por el sobrenombre o nombre por el que se lo conocía cuando era un niño, la persona puede cambiar inmediatamente la postura y la actitud, asumir un modo especial que se corresponde con el nombre.

El nombre como portador de energía, como potente marca de la vida, conjuga el deseo concentrado de los padres. El deseo que une los cuerpos (Eros) engendra a través del nombre, el “deseo del cumplimiento del deseo”. Se configura la primera “lápida” vital de nuestras vidas; es la primera pauta que la organiza en función de un destino inscripto en letras, sílabas, palabras, sonidos y grafías. Se hace foco en el deseo que se cristaliza como “marca” de ganadería, como “huella” de propiedad.

El nombre consuma los trazos de pertenencia, el “sos de los nuestros”, “enmarcando” a la persona en una tribu simbólica, cultural e ideológica. Saber el significado profundo, simbólico, arquetípico del nombre permite discernir, elucidar con que aspecto “me puedo quedar” del nombre real y del nombre simbólico; que asumo como propio permitiendo elegir por sobre la ignorancia y ser así sujeto de mi propia historia y no ser un mero objeto del destino. Un proverbio latino nos instala en el meollo de la cuestión en lo que a nombres se refiere: nomem est omen, el nombre es el destino.

El nombre se convierte en una clave, en una potencia como primera marca del destino, cuando se aborda con la información suficiente y necesaria, que se adquiere con el estado mental correcto. Recrearlo, comprenderlo, estudiarlo, renueva la comprensión de nuestro devenir personal. Con el material simbólico al que se accede, se recrean nuevas historias, se encuentran nuevas aberturas, nuevas puertas.

Todo nombre, como impronta del lenguaje en la realidad tiene un significado. Responde a un origen. Define una historia. Esta cargado y contiene un sentido. En lo visible, su onomástica, el significado que emana de su etimología y origen idiomático, nos indica el sentido transcultural reconocible en su trama evidente. En otro aspecto, en lo no visible, son los núcleos simbólicos ocultos en los pliegues del significado de cada letra que lo componen, en las formas de las mismas que condicionan la lectura estructural de una imagen, en los sonidos que quedan configurados en el entrelazado de sus melodías, en los números explícitos e implícitos que se leen en el desarrollo del mismo.

Frente al asombro, los nombres personales muestran, en muchas oportunidades, los senderos y escenografías por donde se desenvolverán las actividades, hábitos, personalidades y costumbres de sus portadores. Los aptónimos (apto,ta, es es un adjetivo que significa idóneo, hábil, a propósito para hacer una cosa) son los nombres que resultan increíblemente “aptos” para desarrollar las tareas que sus nombres expresan. Por ejemplo cito casos reales: Amperio Benítez, profesión electricista; Joseph Cardinal Bernardin, cardenal; Custodio A. Fuertes, fabricante de cajas fuertes; Rosendo Cruz, seminarista; Jesús Juarez, obispo auxiliar; Carlos Cañon, asesor en temas militares; Delphin Da Graca Marcoris, veterinario; Proscopio Candado, marino; como estós los ejemplos se multiplican sin fin…

A pesar de su importancia, la mayoría las personas saben muy poco sobre los nombres y sobre los efectos que ellos generan en la vida cotidiana. En un sentido muy real, somos consumidores de nombres, y nosotros tenemos una necesidad y el derecho de saber sobre el significado psicológico, mágico, aspectos legales, religiosos y étnicos de nuestros nombres. El conocer el significado evidente y no evidente, visible y no visible de nuestros nombres personales genera nuevas dimensiones de comprensión de aspectos de nuestro ser, de nuestro carácter, de nuestra personalidad desconocido o no identificados. Necesitamos métodos pertinentes, apropiados, profundos, con sentido común y fáciles de comprender para desentrañar los significados ocultos de nuestros nombres.

El comprensión profunda del significado del nombre personal genera, elementos de descondicionamiento. El saber, el sabor de lo familiar actualizado en símbolos descifrados, grafías que hasta cierto punto eran secretas, crípticas, establece un nuevo plano de entendimiento de nuestro propio devenir. Nos ayuda a liberarnos de nuestro destino involuntario para generar certeros indicios de quienes somos y hacia donde vamos, de ser sujetos de nuestra vida, y no objetos del deseo de los demás, lo que implica que cuando digan “has sido nominado”, sepamos exactamente de que se trata, de entender en que encrucijada nos encontramos, que tejer y destejer en la compleja trama que nos toca vivir y que rumbo tomar con la seguridad y derecho que nos otorga ser parte voluntaria de la comunidad del gran hermano.

Edgardo Werbin Brener

Investigación: Lic. María Fabiana Martinelli